Por Segundo Ceballos
Este interesante libro de 219 páginas, editado por la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy (UNEY) en 2011, bajo la coordinación de la Fundación Buría, consta de 8 ensayos precedidos por una presentación a cargo del historiador colombiano Marcos González Pérez, coordinador de la Red Internacional de Investigadores en Estudios de Fiesta, Nación y Cultura y con un prólogo de Reinaldo Rojas, que abren caminos a una investigación más amplia acerca de la idea de Nación y su evolución interpretativa a través de los siglos XIX y XX, entrando en los procesos de construcción de los imaginarios colectivos y las fiestas o representaciones sociales, para generar referentes míticos en esa elaboración simbólica que va más allá de la historia económica y social. Se aborda entonces el campo de la historia cultural[1], de las representaciones y sensibilidades colectivas, de “las prácticas culturales y en la apropiación-construcción de significaciones”[2].
El primer ensayo, “Nación e Imaginario Político: Una reflexión teórica”, nos plantea el tema-problema de Nación y nacionalismos, como conceptos vivos y cambiantes expresados en las acciones y el discurso variado y no pocas veces contradictorio en estos inicios del siglo XXI, donde el nacionalismo puede expresar desde posiciones antiimperialistas hasta fundamentalismos religiosos y exaltación de diferencias étnicas y culturales, todo ello enmarcado en un mundo cada vez más globalizado. También cómo cambia la idea de nación en el siglo XIX, desde su acepción original de “comunidad de Sangre” (natío en latín= comunidad de parentesco), muy perfilada en la Europa de los siglos XI al XVI, a la de “comunidad política” que se extiende rápidamente gracias a esa “revolución léxica” que trae consigo la revolución francesa[3]. Se revisa la concepción romántica de nación que coloca sobre el tapete Alemania, reivindicando la nación como realidad natural por su identidad étnica, cultural-lingüística y territorial, frente a la francesa que la define más como comunidad político-espiritual. Estas posiciones aún se observan en esta primera década del siglo XXI, en el discurso político de la Europa actual, frente a las migraciones de Europa oriental y África. En los siguientes párrafos revisa la posición marxista frente a la cuestión nacional, donde en los primeros 50 años del siglo XX prevalece la definición dada por Stalin en 1913, entendida nación como comunidad humana estable históricamente formada, en un territorio delimitado con una lengua común, vínculos económicos y psicológicos afines y una misma cultura[4]. Desde el propio marxismo, en la segunda mitad del siglo XX, Pierre Vilar revisa este concepto para plantear que la nación es una categoría histórica característica del capitalismo ascendente, apuntando que en su constitución se pueden identificar los hechos de larga duración (lingüísticos, psíquicos, culturales, territoriales), los fenómenos de media duración (modo de producción capitalista) y los movimientos y acontecimientos de corta duración (clases sociales, movimientos nacionalistas), en un proceso que va del nacionalismo a la nación y luego a la conformación del Estado nacional[5]. El historiador británico Eric Hobsbawm[6] desmonta definitivamente la concepción objetivista de Stalin y plantea que las naciones sólo son reconocidas a posteriori, siendo el nacionalismo el constructor de la idea de nación y el Estado territorial el que la institucionaliza. Y Benedict Anderson plantea la nación como una comunidad política imaginada, inherentemente limitada y soberana. Reinaldo Rojas echa mano de los planteamientos de Cornelius Castoriadis en cuanto que la construcción de una idea de nación se da a través de la constitución de imaginarios sociales entendidos como creación incesante social, histórica y psíquica de figuras, formas e imágenes que constituyen un orden simbólico que le da sentido a las instituciones sociales y al propio individuo. Por ello, la red simbólica hace posible la vida social de los actores reales y sus productos materiales. De acuerdo con este autor, el universo simbólico que desarrolla la idea de nación y la siembra en el corazón de un colectivo humano, para asegurar en el tiempo y el espacio la permanencia de la comunidad política imaginada de nación, se apoya en los mitos fundadores o mitos de origen que nutren el discurso nacionalista: El héroe creador de pueblos y naciones, los símbolos nacionales (escudo, himno, bandera y emblemas), los sitios y lugares de la memoria y las fiestas y ceremonias rituales.
Para cerrar este ensayo, Rojas revisa nuevos enfoques y problemas que tienen que ver con la historia de la nación, que deben ser abordados desde la interdisciplinariedad, bajo una visión holística y compleja. La dinámica actual con su aceleración de la historia, el desconocimiento del pasado, la vivencia de los tiempos efímeros tan presentes en la postmodernidad, parecen estar desplazando a las sociedades con memoria, que transmitían valores a través de instituciones como la escuela, la familia, la iglesia o el Estado, así como las ideologías-memoria que servían para rescatar el pasado en función del futuro con una idea de progreso. De aquí pasa a diferenciar lo que es historia (una representación del pasado) y lo que es memoria (fenómeno siempre actual como vínculo de lo vivido con el presente eterno) y finaliza con el concepto de nación que la definiría “como comunidad imaginada, como encuentro de la diversidad cultural, como construcción colectiva permanente de lugares de identidad y pertenencia en este tiempo histórico global con el que ha arribado el nuevo milenio. No se trata sólo de un problema académico y científico, sino también de una urgente necesidad política de darle claridad y fuerza social a las luchas que en este siglo llevan adelante nuestros pueblos latinoamericanos y del Caribe por la construcción de una idea inclusiva, diversa y democrática de la Nación”[7].
El segundo ensayo tiene que ver con el 19 de abril de 1810, un acontecimiento bastante bien trabajado en diversos escritos de Rojas, incluidos un libro sobre el tema recientemente actualizado[8] y un ensayo[9]. El autor plantea que en los inicios del siglo XIX Venezuela es políticamente un conjunto de provincias agrupadas bajo la Capitanía General de Venezuela, una de las colonias españolas más prósperas, dividida social y étnicamente en blancos peninsulares que constituían la burocracia real y la aristocracia territorial, feudal y esclavista conformada por los blancos criollos, frente a una mayoría conformada por blancos de orilla, pardos, esclavos afrodescendientes e indígenas tributarios. Es un proceso tardío de integración político-institucional y territorial que gracias a la crisis del imperio español por la ocupación francesa de la península ibérica, se constituyen en diversas regiones de América unas juntas conservadoras de los derechos del rey de España, que en pocos meses van a desembocar en movimientos emancipadores liderados por la aristocracia territorial criolla, quien se plantea conquistar el poder para su disfrute. Durante esos meses, juega un papel importante la prensa destacando la Gaceta de Caracas, El Semanario de Caracas, El Patriota de Venezuela, El Mercurio Venezolano y El Publicista de Venezuela. También la conformación de clubes y organizaciones políticas como la Sociedad Patriótica y el club de los Sin Camisa. Todo este proceso, que va a enfrentar una resistencia importante en la mentalidad monárquica que desde el siglo XVI se va conformando en amplios sectores de la población, incluso en los llanos, de donde saldrán los ejércitos más aguerridos de la guerra de independencia,[10] nos sugiere la construcción de una idea de Nación, que se expresa en la festividad altamente inclusiva de diversos sectores sociales al arribar al primer aniversario el 19 de abril de 1811, para formalizar su nacimiento como república el 5 de julio de ese mismo año.
El tercer ensayo tiene que ver con la prensa y la emergencia de la opinión pública en la Caracas de 1811, gracias en parte a la difusión de la modernidad europea en las nacientes repúblicas por la llegada de la imprenta a Caracas en 1808 y la impresión del primer número de la Gazeta de Caracas (sic), con la construcción de espacios públicos donde se llevan a cabo las polémicas acerca de lo público, tales como los clubes.
En el cuarto ensayo Reinaldo Rojas aborda la construcción del imaginario político que le da fuerza y legitimidad popular a la Nación como comunidad imaginada, a través de la recreación de la guerra de independencia y de la elaboración simbólica del mito del héroe personificado en Bolívar como el padre de la patria, la formación de un imaginario de igualdad y libertad a través de la exaltación del papel jugado por Páez y los llaneros en la gesta épica. En ninguna otra región de la América española la confrontación militar fue tan sangrienta y devastadora como en Venezuela, tanto que supuso la extinción casi total de la oligarquía terrateniente criolla y la ruina del país. De ser una de las colonias más prósperas de la corona española terminó como la nación recientemente independizada más pobre de la América hispana. Los caudillos militares independentistas asumieron el control político e impulsaron la construcción del núcleo simbólico de la unidad nacional a partir de la interpretación de la independencia como momento genésico de la nación y de la figura de Bolívar como mito fundacional de la patria con el retorno del héroe a la patria a través de los honores fúnebres a Bolívar en 1842, trayendo sus restos para ser sepultados en la catedral de Caracas, por haberse convertido en el “Padre de la Patria”. La guerra federal (1859-1863), profundamente antiesclavista y antioligárquica, promueve el imaginario igualitario y consolida la legitimidad del llanero en la construcción del imaginario político nacional. En síntesis, Rojas nos dice que la construcción del imaginario político de Nación en Venezuela presenta una serie de actos o escenarios: La constitución de 1830, donde por primera vez se habla de “Nación Venezolana”; el decreto del 14 de octubre de 1830, donde se designa el “Escudo de Armas de Venezuela”; la declaración del 15 de abril de 1834 que establece como “grandes días nacionales” el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811; el decreto del 20 de abril de 1836, que señala el pabellón nacional y reforma el escudo de armas de la nación. Construcción que se lleva a cabo desde arriba hacia abajo y se complementa con el discurso histórico y geográfico oficial del Estado Nacional, a través de las obras de Rafael María Baralt y Agustín Codazzi, Juan Vicente González y Fermín Toro, así como las pinturas de Juan Lovera sobre el 19 de abril y el 5 de julio.
En el quinto ensayo,[11] Rojas aborda la noción de ciudadanía en el discurso del Partido Liberal Venezolano de 1840 a 1848, en una realidad que no permite el reconocimiento de la condición de ciudadanos para las mayorías con el pleno ejercicio de sus derechos políticos, ya que la república oligárquica mantenía la esclavitud y un sistema de castas que restringía la posibilidad de elegir y ser electos a una minoría poseyente, negando las condiciones básicas que exige para su desenvolvimiento el sistema político liberal impulsado por las revoluciones burguesas triunfantes. La constitución de 1811 sobreentiende la ciudadanía que asegura los derechos del hombre en sociedad, pero esta primera república es la expresión de los intereses de los blancos criollos y no la de las mayorías. Por tal razón, se cataloga como una república conservadora. La constitución de 1819 sí tiene una sección dedicada a los derechos de los ciudadanos, que define dos tipos de ciudadanos: los activos, que son los nacidos en el territorio mayores de 21 años, casados y que saben leer y escribir y que pueden elegir y ser electos y los pasivos. Esto se lleva a la práctica en la constitución de 1830, de la república oligárquica, donde se concreta mejor esta diferencia y se restringe aun más el derecho a elegir cuando en el título V “De los derechos políticos de los venezolanos”, en el artículo 14 se establecen las condiciones para ser ciudadano: “Ser dueño de una propiedad raíz cuya renta anual sea de ciento cincuenta pesos, o tener una profesión, oficio o industria útil que produzca cien pesos anuales sin dependencia de otro en clase de sirviente doméstico o gozar de un sueldo anual de ciento cincuenta pesos” [12], que hace que también se pueda perder la condición de ciudadanía si en un momento se pierda la renta o los ingresos que cumplan con esta disposición. Los concejos municipales elaboraban la lista de los que podían mantener su condición de ciudadanos, lo cual daba un control efectivo de las elecciones al partido conservador. Se promulgan leyes que favorecen descaradamente la usura, como la “Ley sobre la libertad de contratos” del 10 de abril de 1834 y la “Ley de espera y quita” del 5 de mayo de 1841. Esta situación produce una ruptura del bloque hegemónico, donde los comerciantes y prestamistas al lado de los caudillos militares vencedores de la guerra de independencia que controlan el aparato del Estado se mantienen dentro del partido conservador, mientras que los restos de la aristocracia territorial junto a productores y otros terratenientes en ruinas fundan el partido liberal en 1841. Las elecciones fueron tan restrictivas, que para las municipales o de primer grado sólo un 8 % de la población participaba, mientras que para las de segundo y tercer grado, sólo un 4 % de ciudadanos activos podían participar.
Reinaldo Rojas nos dice que “del programa del partido liberal, caben destacar los siguientes objetivos: 1.- Principio alternativo; 2.- Creación de dos grandes partidos nacionales que puedan garantizar el ejercicio de las libertades públicas; 3.- difusión de las prácticas republicanas por medio de la prensa y las asociaciones públicas; 4.- Abolición de la ley del 10 de abril de 1834; 5.- Guerra al Banco Nacional por sus monopolios y privilegios; y 6.- Promulgación de leyes de retiro para los próceres y de montepío para sus viudas e hijos.”[13]
El discurso polémico de los liberales, expresado a través de periódicos como El Venezolano y El Relámpago, aprovecha el resentimiento que cunde en amplias capas de la población[14] y consigue notables avances en los sucesivos procesos electorales. El partido liberal, asume en sus discursos desde la oposición a Páez y los conservadores, el mito de Bolívar como Padre fundador de la patria, el mito del igualitarismo social como fundamento de la ciudadanía que sirve de bandera de lucha a ese partido de origen mantuano para dar a los desposeídos y explotados un sentido político a sus luchas reivindicativas y sociales. El héroe que emergerá como figura mítica del liberalismo amarillo será el “general del pueblo soberano”, Ezequiel Zamora, quien junto a José Francisco Rangel se alzará en 1846 con las consignas: Elección popular, principio alternativo, orden, horror a la oligarquía. Con la guerra federal, se incorpora como idea fuerza, como uno de los rasgos que definen la cultura política y el comportamiento social del venezolano, el mito del igualitarismo social, de ese espíritu igualitario que se siembra junto al principio anti-oligárquico en nuestro pueblo en esa agitación de masas que promueve el partido liberal. Por todo esto, Rojas concluye este ensayo con estas aseveraciones: “¿Hasta dónde el mito igualitario, de ser efectivo como valor social, alimenta esta idea de un liderazgo carismático y guerrero en el pueblo venezolano? Si seguimos la idea de que un líder – como jefe de un grupo o comunidad- “no es exactamente un miembro del grupo, sino su imagen, su símbolo, su proyección, el depositario de sus aspiraciones”, entonces podremos entender que el estudio del fenómeno del caudillismo no es un hecho extraño a nuestra condición histórica sino más bien consustancial a la noción de gobierno y ciudadanía que hemos construido a lo largo de nuestro proceso histórico, fenómeno político que sólo es posible comprender y desentrañar, entre otras dimensiones del problema, a partir del estudio de nuestro imaginario colectivo como nación”.[15]
El siguiente ensayo sirve para introducir lo que se conceptúa como historia de las sensibilidades, que Reinaldo Rojas va a enmarcar en un primer parágrafo, donde de la mano de Lucien Febvre nos introduce en ese “sujeto nuevo de la historia”.[16] Nos advierte que la palabra tiene diversos significados en la historia, que en el siglo XVIII la susceptibilidad viene dada por los sentimientos de piedad y tristeza, por las impresiones que hechos u objetos dejan en el alma. Una sensibilidad pasiva. Pero también la sensibilidad significa la percepción humana en la subjetividad de la vida afectiva, en sus causas orgánicas y en sus manifestaciones tales como la rabia, el terror, la angustia o la alegría, parte de la vida de los seres humanos y la sociedad. La sensibilidad no es la emoción, ya que esta última es más una simple reacción automática del organismo a las solicitudes del mundo exterior. Las emociones, como una reacción mimética pueden contagiar el colectivo y desencadenar situaciones políticas y sociales inesperadas. Un conjunto de emociones puede transformarse en un sistema de instituciones reglamentadas por rituales y ceremonias que suscitan en un colectivo los mismos gestos, emociones y actitudes, para realizar la misma acción. Si se determinan los motivos que desencadenan una emoción o el objeto de su acción, puede esta controlarse o reprimirse. Es un poco pasar de las emociones a las razones. Luego tocaría enfrentar otra interrogante que plantea Rojas: ¿Cómo reconstruir entonces la vida afectiva del pasado? Habría varias vías, según Febvre: Una sería el estudio del vocabulario de una época, tratando de aprehender más los sentimientos que las cosas. Otra la iconografía artística contrastada con la sentimentalité religieuse, a través de tres tipos de documentos: Los morales, los artísticos y los literarios. Investigar los sentimientos fundamentales de los hombres y sus modalidades para contrastar las actividades emocionales con las actividades intelectuales, para evitar que las emociones queden al margen, en la periferia. La sensibilidad entonces se ubica en la dimensión de lo afectivo y por eso se construye una historia de las sensibilidades.
En este ensayo, Reinaldo Rojas aborda a través del debate entre Cecilio Acosta e Idelfonso Riera Aguinagalde, llevado a cabo entre 1867 y 1868, el grado de sensibilidad con que la sociedad asumió en ese momento el significado de la palabra revolución, como la necesidad del cambio social impregnada de una idea de progreso, justicia y libertad sólo posible por la violencia, en una coyuntura de elecciones presidenciales de 1868, donde los dos intelectuales tratan de racionalizar la violencia mediante una polémica doctrinaria en un ambiente de ira y odio al rico, a la oligarquía goda usurera y excluyente, que niega a los pobres y los endeudados los derechos políticos y los arruina, que viene de la guerra de independencia y se profundiza con la guerra federal. Ambos intelectuales son liberales y republicanos, pero Acosta toma partido por el progreso sin violencia y con orden frente a Riera Aguinagalde que más bien cree en la revolución y la violencia como partera de la historia, para luego construir un nuevo orden y progreso. En el tercer parágrafo titulado Guerra y revolución en su dimensión afectiva, Reinaldo rojas habla de la historia anterior a la guerra federal que también “está llena de violencia, destrucción y odio al otro”[17]. Es la conquista española como violencia física y cultural frente al indígena y la guerra a muerte de 1814 a 1820 de nuestra guerra de independencia. De acuerdo a lo que relata Rojas, en Los días de la ira de Antonio Arráiz, hay un inventario de 39 revoluciones entre 1830 y 1903 en Venezuela, en una mezcla de sentimientos de odio, destrucción y acciones de violencia con ideales de transformación social, un problema cultural que nos sigue en el siglo XX con la dictadura de Juan Vicente Gómez, la llamada revolución de Octubre de 1945, el golpe de Estado de 1948, la dictadura de Pérez Jiménez y se continuaría luego de la llegada de la democracia formal, política o representativa, con la década de la violencia de los años sesenta y su lado oscuro de las desapariciones y suspensión de garantías. Luego del ascenso de Chávez a la presidencia de la república, hay una persistencia atávica de esa mezcla de sentimientos de temor y odio, amor y esperanza, que el autor denomina “el miedo a la revolución”, condicionando reacciones sociales y determinando posiciones políticas. En la Revolución Bolivariana, la persecución política y la violencia física subsisten pero no dominan el escenario de la confrontación política y las grandes movilizaciones pacíficas han servido para canalizar el instinto de lucha y para catarsis de los sentimientos de odio contenido contra el otro, “el discurso del presidente Chávez, cargado de emociones y simbolismos guerreros, ha generado un clima afectivo caracterizado por ese fenómeno colectivo que George Lefebvre llamó, al referirse a la Revolución Francesa, ”le grande peur”-el gran miedo-, donde la conducta revolucionaria se mueve –según su esquema de análisis- entre dos grandes pulsiones esenciales colectivas: La esperanza y el temor”.[18] Reinaldo Rojas concluye este parágrafo advirtiéndonos que “más allá de lo racional, la lucha política se desenvuelve también en el escenario de las emociones, lo cual hace que toda revolución sea también una historia de las sensibilidades colectivas”[19].
Como penúltimo ensayo, Reinaldo selecciona “La Fiesta del Centenario de Bolívar en Caracas, 1883”, para abordar el periodo de consolidación del Estado nacional Venezolano, a partir del ascenso al poder de Antonio Guzmán Blanco. En este periodo se avanza en la modernización del Estado venezolano, en varias dimensiones: La económica, con la inserción de Venezuela en el mercado capitalista mundial, la unificación y centralización del Estado, la construcción de obras públicas, carreteras, redes ferroviarias, el telégrafo y las primeras comunicaciones telefónicas, la separación Estado-Iglesia con el nuevo código civil, la educación laica obligatoria, la secularización de los cementerios, la modernización de Caracas y la transformación del mito de Bolívar como Padre de la Patria. La fiesta centenaria se expresa a través de la construcción de sitios de memoria en Caracas, que la van a convertir en el centro político, capital administrativa y ritual de Venezuela. La labor de simbolización que se va desarrollando a través de las escuelas públicas, donde se oficializa un tipo de héroe que cuadra con los intereses dominantes, un Bolívar militar, semi-dios, hacedor de la independencia que permite construir el culto oficial, semi-religioso. La construcción de la plaza Bolívar y el panteón nacional, el reconocimiento oficial del “Gloria al Bravo Pueblo” como himno nacional, los honores fúnebres a Bolívar y el carácter de fiesta unificadora en honor a Bolívar.
En el último ensayo, Rojas plantea el retorno del héroe: El discurso político de Hugo Chávez y el Proceso Constituyente en Venezuela, 1999. En este trabajo nos plantea los escenarios del conflicto político venezolano: Un primer escenario que tiene que ver con los efectos del Boom petrolero de los 70, del “Ta´barato, dame dos”, imagen que fue difundida por la gaita Adiós Miami del grupo Guaco y en el programa humorístico de televisión Radio Rochela. Luego el escenario de la cultura del petróleo: “Venezuela es un campamento”, algo que junto con la tiranía de Gómez separa el siglo XIX del siglo XX. Y si se les añade el acelerado proceso de urbanización y la gran inmigración extranjera, se entiende lo difícil de la conformación de un imaginario político nacional compartido por toda la sociedad. Reinaldo Rojas cita a Mario Briceño Iragorri para confirmar que los venezolanos “carecemos del común denominador histórico que nos dé densidad y continuidad de contenido espiritual del mismo modo que poseemos continuidad y unidad de contenido en el orden de la horizontalidad geográfica”.[20] El pueblo no siente su historia como el fruto de su esfuerzo y su relación con sus héroes patrios está signada por un predominio del culto oficial.
El tercer escenario tiene que ver con la crisis del régimen partidocrático, por el agotamiento del modelo de distribución de la renta petrolera, la corrupción y la conducta “apátrida” de las élites políticas, generándose un deterioro de la relación pueblo-dirigentes-Estado petrolero. El cuarto escenario está determinado por los acontecimientos conocidos como “el caracazo” y la rebelión militar de 1992. Aquí Reinaldo plantea que las políticas neoliberales de ajuste dictadas por el Fondo Monetario Internacional son asumidas por los gobiernos de Luis Herrera Campíns, Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez. Quizás, donde se vea claramente esto, es en el inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. El alzamiento militar insurge contra las élites políticas “autistas” desligadas del pueblo. Es el rostro aindiado que asume la responsabilidad y el “por ahora” que abre las puertas a la esperanza lo que conecta a los militares rebeldes con la población. Bolívar, el mito del héroe, retorna al pueblo “como un tipo particular de discurso frente al logos explicativo y demostrativo”, un discurso para reafirmar el imaginario nacional, épico, reivindicativo, heroico y movilizador. Chávez se presenta como factor de potenciación del Bolívar-mito fundacional de la Patria y representación clave del imaginario político nacional que lo acompaña. Chávez prisionero y rebelde se “conecta con el inconsciente colectivo del venezolano y nuestra idea de nación surgida de los avatares de la guerra, de manos de un soldado heroico, sea este Bolívar, Páez o Sucre.”[21] Chávez, era un militar derrotado sin apoyo político concreto, según la racionalidad política, y además beneficiado por Caldera con un indulto, algo que nunca aceptó Chávez porque nunca reconoció haber cometido algún delito por su alzamiento. El sobreseimiento de la causa por Caldera en 1994, legitima la rebelión. Chávez con su verbo logra reconstituir el movimiento político heterogéneo que lo lleva a triunfar en las elecciones de 1998. Impulsa una constituyente que da origen a una nueva constitución que reordena los poderes públicos y desarticula las bases del partido Acción Democrática. Chávez expresa la emergencia de un nuevo liderazgo nacional de cara al siglo XXI.
En este mismo ensayo, Rojas aborda la noción de mito a partir de la antropología estructural de Lévy-Strauss. De ahí estas máximas: 1.- El mito se refiere a acontecimientos del pasado. 2.- Su sustancia se encuentra en la historia relatada. 3.- El mito está en el lenguaje, pertenece al discurso. 4.- Como fenómeno social, el mito es construcción simbólica que se expresa en un discurso que trabaja en las dimensiones del inconsciente colectivo, a través de arquetipos creadores de imágenes hereditarias que actúan sobre una comunidad y su cultura. 5.- El mito como relato de los orígenes se relaciona con la formación de una conciencia colectiva que se expresa en la conciencia nacional, espacio integrador de una mitología nacional y un imaginario social que la representa. La conciencia nacional es parte del proceso de construcción de la idea política de Nación. Reinaldo echa mano de Marcos González Pérez para explicar las relaciones entre Nación, imaginario y mito: “Esta mitología es la forma imaginada, metafórica y no conceptual, que traduce el trabajo inconsciente anterior a la manifestación del síntoma nacional. Las raíces inconscientes de la idea hacen aparecer símbolos unitarios, unos masculinos, de metáforas paternales como el rey o el héroe o femeninos como la patria; así como también ideas motrices tales como la voluntad de unión o expresiones de defensa colectiva”. Toda nación construye su imaginario, mitos y representaciones colectivas que se expresan en el inconsciente colectivo, como afectos y sentido de pertenencia. Mitos de fundación e identificación, mitos de combate con la figura del héroe fundacional de la patria y mitos de finalidad (la libertad, el progreso, la virtud). El discurso de Chávez se incorpora al proceso de simbolización, como discurso de construcción de nuestra idea de nación, amparado en el manejo de tres arquetipos fundacionales, conocidos como el árbol de las tres raíces: Bolívar como mito fundacional de la patria, Zamora como mito de la igualdad social y Simón Rodríguez como símbolo del pensamiento propio. Chávez emergey se posiciona gracias al retorno a los orígenes heroicos de la nacionalidad, reaparece el héroe fundacional de la patria, Simón Bolívar, de la mano del héroe de combate, en este caso Hugo Chávez. Las emociones populares que despierta Chávez en esos últimos tiempos del siglo XX lo confirman. El llamado a la constituyente, se convierte en una especie de reedición en el tiempo del Congreso de Angostura convocado por Bolívar en 1819.
El quinto parágrafo de este ensayo lo ocupa el análisis del discurso de Hugo Chávez en la Constituyente de 1999 y lo que tiene de fiesta, imaginario político e idea de nación. Rojas analiza el escenario donde el discurso se articula a una celebración festiva de la patria, donde los actores son Chávez, los constituyentes y el pueblo como espectador a través de la televisión. Es una fiesta del poder emergente, con relaciones simbólicas que se establecen entre el pasado y el presente; el que habla y los que escuchan; los que organizan y los que ejecutan; los del presídium, el orador y los que observan; entre los protagonistas, los de la periferia, los opositores y los que están o se sienten excluidos. Un discurso sin apoyo escrito, pero pensado en el tiempo, coherente con los objetivos políticos planteados, en un acto pleno de símbolos. Un discurso estructurado en una introducción que dibuja un paralelo con el congreso de Angostura de 1819, un acto político donde el soldado triunfante que ha conquistado el poder lo entrega al pueblo soberano representado en la Asamblea Nacional Constituyente. Luego establece la relación orgánica entre Pueblo y Revolución, para seguir con las fuentes de la revolución presentes en la Constituyente, con Simón Bolívar que es el primero en enunciar el Poder Moral. Después habla de la década constituyente, la de los 90 del siglo XX, con los acontecimientos que son hitos de un proceso que llega hasta la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente. Seguidamente comenta las ideas fundamentales para la Constitución Bolivariana de la V República que tienen que ver con el pensamiento político de Bolívar y “el invencionismo Robinsoniano” de Simón Rodríguez, para refundar a Venezuela con un modelo propio, un mensaje de paz e integración para los pueblos de América Latina y el Caribe, que promueva un nuevo Estado Social de Derecho, defensor de la soberanía y respetuoso de los derechos humanos, de cara al siglo XXI. Con este discurso, Chávez se presenta entonces como el líder del proceso de cambio que se ha iniciado, que no niega al pueblo como protagonista de la Historia.
Por último, Reinaldo Rojas concluye que “los venezolanos de la V República, sin negar el mito como proyección simbólica de la idea de nación que forma parte de nuestro inconsciente colectivo, sin negar nuestra historia y dejar de cultivar el reconocimiento eterno a nuestros héroes, y sin movernos frente a la figura de Chávez entre los extremos de la apología semidivina o la negación de sus cualidades de líder carismático”…… “podemos y debemos buscar como salida, el camino del crecimiento y de la madurez social como comunidad política, matando simbólicamente al héroe, si es que ello es totalmente posible, a través de la construcción de una democracia política y social basada en la participación y la corresponsabilidad.”[22]
Bibliografía consultada:
1.- Briceño-Iragorri Mario. Mensaje sin destino, Caracas: Monte Ávila Editores, 1972, p. 14.
2.- Gallego José Andrés: Sobre el Bicentenario de algo que sucedió entre España y la China con el centro en América. En: Las independencias de Iberoamérica. Straka Tomás, Sánchez-Andrés Agustín, Zeuske Michael (compiladores). Fundación Empresas Polar-UCAB-Fundación Konrad Adenauer-UMSNH. Caracas, 2011; pp. 863.
3.- González-Segovia Armando: El movimiento del 19 de abril de 1810 en los llanos venezolanos. Caracas, 2012. Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2012; pp. 99.
4.- Hobsbawm Eric: Naciones y nacionalismo desde 1780. Romanyá/Valls, S. A. Barcelona, España, 2004; pp. 211.
5.- Langue Frédérique. Rumores y Sensibilidades en Venezuela Colonial. Cuando de historia cultural se trata. Fundación Buría, Barquisimeto, Venezuela, 2010; pp. 148.
6.- Rodulfo-Cortés, Santos. Antología documental de Venezuela. Caracas, Editorial Pregón, 1971. p. 509.
7.- Rojas Reinaldo: El 19 de abril de 1810. Primera edición, Fundacultura, Barquisimeto, Venezuela, 1985; pp. 73.
8.- ____________: 19 de abril de 1810. Segunda edición, Fundación Buría, Centro de Historia Larense, Barquisimeto, Venezuela, 1993; pp. 53.
9.- ____________: El 19 de abril de 1810 y otros estudios sobre la independencia. Fundación Buría, CNU/OPSU, UNEY, Barquisimeto, Venezuela, 2010; pp. 156.
10.- ___________: Los sucesos del 19 de Abril de 1810. Su primera celebración como fiesta de la nación en Caracas, 1811. pp. 119-126. En: Marcos González-Pérez (compilador): Fiestas y Nación en América Latina. Intercultura, Bogotá, 2011; pp: 266.
11.- ___________: Venezuela: Fiesta, Imaginario Político y Nación. Universidad Nacional Experimental del Yaracuy. San Felipe, Venezuela, 2011; pp. 219.
12.- Rosental M, Iudin P. Diccionario filosófico. Editora Política, La Habana, 1981; pp. 498.
13.- Scheler Max: Sobre el resentimiento. Fundación Manuel García-Pelayo, Caracas, 2004; pp. 63.
14.- Stalin José: La cuestión nacional. En: Los fundamentos del leninismo. Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1972; pp. 132.
15.- Vásquez Belín, Franco Gloria, Rojas Reinaldo (compiladores). Del ciudadano moderno a la ciudadanía nacionalista siglos XVIII-XX. Ediciones OPSU, Barquisimeto, Venezuela, 2009; pp. 270.
[1] Este término es acuñado mayoritariamente por la escuela anglosajona, según Frédérique Langue, quien nos dice que “hablar de fenómenos “culturales” implica necesariamente hacer referencias implícitas o no a las “estructuras mentales”, a las “visiones del mundo”, al mundo de las representaciones”: Rumores y Sensibilidades en Venezuela Colonial. pp. 17,18.
[2] Rojas, Reinaldo: Venezuela: Fiesta, Imaginario Político y Nación. San Felipe, Venezuela: Universidad Nacional Experimental del Yaracuy. 2011. p. 9
[3] Gallego, José Andrés: Sobre el Bicentenario de algo que sucedió entre España y la China con el centro en América. En: Las independencias de Iberoamérica. Straka Tomás, Sánchez-Andrés Agustín, Zeuske, Michael (compiladores). Fundación Empresas Polar-UCAB-Fundación Konrad Adenauer-UMSNH. Caracas, 2011. pp. 19-20.
[4] Stalin, José: La cuestión nacional. En: Los fundamentos del leninismo. Pekín, 1972, pp. 75-86. También en Diccionario Filosófico de Rosental y P. Iudin, La Habana, 1981, p. 331.
[5] Rojas, Reinaldo: Ob. Cit. pp. 21-23.
[6] Puede revisarse Naciones y nacionalismo desde 1780, de Hobsbawn, traducción al español en 2004.
[7] Ibid. p. 32.
[8] Rojas, Reinaldo: El 19 de abril de 1810 y otros estudios sobre la independencia. 5ta. Edición, corregida y aumentada, Fundación Buría, CNU/OPSU, UNEY. Barquisimeto, 2010. La edición de 1985 trae copia de 8 documentos de la época importantes para una mejor comprensión de la atmósfera que se respiraba en esa coyuntura. La de 1993 no los contiene. La última edición contiene nuevos documentos y ensayos.
[9] Rojas, Reinaldo: Los sucesos del 19 de Abril de 1810. Su primera celebración como fiesta de la nación en Caracas, 1811. pp. 119-126. En: Marcos González-Pérez (compilador): Fiestas y Nación en América Latina. Intercultura, Bogotá, 2011, pp: 119-125.
[10] Puede consultarse de Armando González-Segovia: El movimiento del 19 de abril de 1810 en los llanos venezolanos. Caracas, 2012. Fondo Editorial Ipasme, pp. 59-87.
[11] Este ensayo fue publicado también en Del Ciudadano Moderno a la Ciudadanía Nacionalista Siglos XVIII-XX. Caracas, OPSU, 2009, pp. 217-248.
[12] Rodulfo-Cortés, Santos. Antología documental de Venezuela. Caracas, Editorial Pregón, 1971. p. 509.
[13]Rojas, Reinaldo: Ob. Cit. pp. 123-124.
[14] Según García-Pelayo, “el resentimiento es la constante vivencia de una humillación que no sólo no se ha olvidado intelectualmente, sino que es constantemente revivida, vuelta permanentemente a sentir, resentida”… “es la existencia la que condiciona la conciencia, y una existencia sentida como injustamente inferior, trágica, sin salida, termina creando una conciencia que puede ser en todo o en parte y, a veces, grandiosa, racionalización del resentimiento” (Scheler, Max. Sobre el resentimiento. Fundación Manuel García Pelayo, Caracas, 2004, p. 12.
[15] Ibid. p. 142.
[16] Ibidem, p. 143 y ss.
[17] Ibidem, p. 156.
[18] Ibidem, p.162.
[19] Ibidem, p.162.
[20] La cita es de Briceño-Iragorri en Mensaje sin destino, Caracas: Monte Ávila Editores, 1972, p. 14.
[21] Rojas Reinaldo. Ob. Cit. pp. 194,195.
[22] Rojas, Reinaldo. Ob. Cit. p. 210.
Excelente, Ceballos, el resumen del libro del profesor Reinaldo